lunes, 6 de mayo de 2013

Programa Arboles

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Proarbol

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Pueblos Magicos

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Estancias Infantiles

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Programa Piso Digno

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Evaluacion Programa Piso Firme

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Expo Seguro Popular

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El Periquillo Sarniento

Ana Laura Palacios Aldana

El Periquillo Sarniento es una novela picaresca. Su personaje central es un pícaro, un vagabundo ocupado en sobrevivir, que cuenta su vida. Sus días en la escuela y en la universidad, como las alas compañías lo arrastran al juego, al hospital y a la cárcel;  como la fortuna le sonríe o le vuelve la espalda.
El Periquillo cambia muchas veces de patrón y de oficio, recorre la capital y sus alrededores, viaja a Manila, tras un naufragio llega a una isla en el mas de la China, y regresa a su patria para seguir sus aventuras.
Pero también nos da buenas lecciones a cada persona que lee este libro, porque nos enseña a como valorar todo lo que tenemos y cada una de las oportunidades que te llegan.

Tema: Omar Martínez Amador y su imagen política en Huauchinango, Puebla., 2011-2014

Ana Laura Palacios Aldana

Hipótesis
El mal gobierno de Omar Martínez Amador en Huauchinango, Puebla, se debe al mal desempeño de sus labores en su gestión 2011-2014 y por la inconformidad de la gente.
Introducción
Omar Martínez Amador es un hombre que se ha dedicado a buscar solo su propio bien común, por que anteriormente su hermano Carlos Martínez Amador fue también presidente en Huauchinango, Puebla., y todo pero absolutamente todo lo hacía Omar Martínez, siempre ha sido un egoísta con las personas y más con las personas que son humildes, todo esto lo ha llevado a ser rechazado por personas de clase media, ya que él ha obtenido más poder dentro del municipio, ha engañado a bastante gente.
Desde la campaña de Omar Martínez Amador, se ha visto q es un controlador y que no acepta perder…… tanto como su hermano Carlos y el eran Priistas, y como Omar no gano la precandidatura para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se cambio al Partido Acción Nacional (PAN) .
Durante la pasada contienda electoral, Omar Martínez Amador, realiza una coalición con tres partidos políticos conformando la coalición Compromiso por Puebla integrada por los partidos: Partido de la Revolución Democrática, Partido Nueva Alianza, Convergencia y el Partido Acción Nacional, partido que él representaba, para así lograr su candidatura.
En el entendido que la coalición se considera como:
Coalición: unión o alianza entre distintas naciones, grupos políticos o personalidades con una finalidad común y por una duración determinada. Se ha dado el nombre de coaliciones a las ligas integradas por  diferentes partidos o grupos, para conseguir un fin concreto. (Ramírez Aguilera, 1997)

Pero ciento que también importa mucho la imagen pública ya que se ha convertido en un medio para la obtener el poder, por medio de mensajes que transmitan a los electores identidad, confianza, certidumbre y credibilidad, y el presidente Omar Martínez amador no se ha podido ganar. La democracia con poca participación por parte de la sociedad y los pocos que participan de ésta se fijan en los candidatos más por su personalidad y por su imagen que proyectan que por  sus ideas y su compromiso con la sociedad. 
Por lo tanto en estos casos la imagen se vuelve importantísima para los candidatos con el fin de  lograr penetrar en la mente de los electores. Tener una buena imagen física, buen dominio de mensajes, correcta actitud, entre otras constituyen la piedra angular de la imagen pública, ya que estos aspectos crean en el elector una opinión acerca del candidato y con esto toman sus decisiones a la hora de emitir su voto., y para el solo le importa el dinero y el poder que pueda lograr, ya que para él la democracia y la participación  no existe en su vocabulario.

Desarrollo
En todo proceso político los contendientes realizan una serie de estrategias para garantizar su triunfo o lograr éxito, en el caso del proceso electoral que se llevó a cabo en Huauchinango, Puebla en el año 2010, no fue  la excepción.
es darnos cuenta que para Omar Martínez Amador fue de gran importancia la imagen pública que fue construyendo en el transcurso de la campaña electoral, la cual lo llevo a ganar las elecciones para presidente en Huauchinango. Puebla. Javier Sánchez Galicia (2003) en su libro Hacia el nuevo modelo de la comunicación política, Marketing y elecciones menciona que la imagen pública es:
[…] La combinación de la imagen, razón y sentimiento, no se da de manera lineal, sino en la construcción de los mensajes, y es el mejor instrumento.
Es claro y contundente decir ahora que la imagen de un candidato es la percepción que tienen los ciudadanos de su carácter interno, una impresión construida a partir de su apariencia física, estilo de vida, porte, acciones, conducta y modales. Además Sánchez Galicia y Aguilar mencionan que:
La imagen no lo es en los aspectos físicos del aspirante, sino en la manera en que ha entrado en la mente del elector, el lugar que ocupa y los atributos que le reconoce.
Por lo tanto hay que considerar que la imagen pública es compleja y atreverse a dar consejos para mejorarla resulta delicado y pretencioso. La imagen es tan fugaz, relativa, dinámica y misteriosa, que resulta casi imposible dar consejos para desarrollarla o mejorarla.
De esta manera para posicionarse, los políticos necesitan lograr “tomar posición” o conquistar a una masa crítica de electores, logrando fijar tres o cuatro atributos o “etiquetas” positivas en sus mentes, construir su imagen pública. Ana Vázquez Colmenares (2005), en su libro La imagen en el posicionamiento de un candidato nos dice:
Se trata entonces de una batalla de percepciones y opiniones; además de la percepción, que se refiere al acto de reconocer la identidad del candidato, esto es la forma en que se registra el candidato y memoriza aquellos rasgos que lo hacen diferente de los demás.
Por ello existe un proceso de construcción de la imagen pública, donde la percepción es el extremo opuesto al emisor, es decir, en el elector como plantea Joan Costa (1999).
La imagen se hace, no nace. Se requiere creación, manejo y control de una imagen pública. La imagen es producto de los estímulos recibidos a través de los sentidos, los cuales también incitan a actuar. Cualquiera puede mejorar su imagen: lo que necesita es el autoanálisis, la meditación y el propósito de mejorar.
Es preciso mencionar que la imagen es un resultado; la imagen produce un juicio de valor en quien la concibe; la opinión que den del político se convertirá en su realidad. Puede ser una realidad ficticia, pero es lo que la gente ve o quiere ver. Si alguien quiere ser candidato a presidente, lo primero que debe parecer es presidente.
Todo político debe buscar ser percibido como una persona afectiva, carismática, confiable, ingeniosa, dinámica, enérgica, generosa, gentil, feliz, honrada, amable, modesta, optimista, capaz, letrada, culta, sensible y propositiva.
La imagen pública no es el hombre entero, total, de carne y hueso, sino las dimensiones de su personalidad.
Es demasiado evidente que la gente decide mayoritariamente basada en sentimientos. Sus emociones juegan un papel importante en la toma de decisiones. Es decir: la habilidad para tomar decisiones está gobernada más por las emociones que por la razón.
Conclusión
He llegado a darme cuenta que la mayoría de los candidatos que para ganar son tan barberos, y que no se dan cuenta de lo que significa realmente la política.
Ya que solo les importa ganar y solo ganar, y a los demás no se les da nada, y son por ellos o digamos que por nosotros ellos ganan.

Bibliografía
 Martín Salgado, Lourdes. Marketing político,  Arte y ciencia de la persuasión en democracia.  Ediciones Paidós, Barcelona, 4ta Edición 2002.
Rafael Ramírez, Aguilera y Rafael Ramírez Victoriano Breve diccionario de la Ciencia Política. Ediciones Mensajero, 1997.
Sánchez Galicia, Javier y Aguilar García, Elías. Razones de voto, Manual de comunicación electoral. Instituto Internacional de Estudios sobre Comunicación Política, grupo kratos, 1era edición 2004.
Sánchez Galicia, Javier. Treinta Claves para entender el Poder, Léxico para la nueva Comunicación Política. Editores Piso 15, 1era edición, 2010.



Un revitalizador para los regímenes democráticos: La alternativa de la democracia deliberativa

Gerardo Daniel Mendoza Lamegos



INTRODUCCIÓN

El presente trabajo abordara el tema de democracia deliberativa como una posible alternativa para revitalizar los sistemas democráticos, debido a que los sistemas representativos tienden (irónicamente), a presentar crisis de representación política, entre otros problemas que ya vislumbraremos a lo largo de esta investigación. Nuestro análisis comprenderá una revisión teórica de algunos de los principales exponentes de la teoría democrática.
La creciente apatía política dentro de los países que se hacen llamar democráticos, así como las crisis en el debate público y la ausencia de una participación ciudadana activa; muestra los síntomas característicos de las crisis de una democracia representativa. Más cómo abordar este tema debido a las distintas formas que se le confieren ¿forma de vida o ideal? ¿Régimen o gobierno? ¿Teoría o procedimiento? Estas preguntas son a veces lo que lleva a cuestionarnos ¿qué es la democracia?; incluso ¿cómo poder distinguir qué países son democráticos y cuáles no? E incluso para nuestra causa ¿cómo saber que un sistema democrático está en crisis? Y ¿cómo se revitaliza un sistema democrático?
La última pregunta es la que girara en torno esta investigación que pretende ofrecer una posible respuesta y solución para rescatar al continuo paciente de nuestra ciencia: la democracia.
Los problemas arriba mencionados son a mi parecer, asuntos de inmediata atención; pues muestran el paulatino detrimento de un sistema que rige en una gran mayoría a los países de hoy día. Si alguna vez estos países abrazaron la alternativa democrática para solucionar sus problemas, estos seguramente abrazaron también un modelo democrático (específicamente el de la democracia representativa) que se ha perpetuado, y es ahora el status quo de las democracias modernas. Tal vez este modelo era idóneo para los países con democracias incipientes y una cultura política joven que comenzaba a entender los beneficios y alcances de esta forma de gobierno. Pero parece ser que las democracias nunca exploraron una alternativa que diera un giro hacia la plena participación y hacia la plena representación; ya sea porque el ciudadano medio nunca abandono la inopia que lo ha acompañado durante siglos, o por la simple conveniencia de una elite que disfraza la represión o su permanencia con una careta democrática. Pareciera ser que esta forma de gobierno sirve para un gobierno de políticos y no de ciudadanos. Dicho lo anterior ¿cómo solucionamos los problemas que subyacen (en su mayoría) en la centralidad del poder político que se legitiman en los métodos electorales propios de las democracias representativas modernas?
La presente situación me llevo a inferir que las democracias representativas son sistemas cerrados (que centralizan del poder y la toma de decisiones e inhiben la participación política ciudadana) que tienden a presentar crisis de representación política, por lo que para revitalizar los sistemas democráticos es necesario implementar un modelo deliberativo de democracia que descentraliza el poder en la inclusión y diálogo de los ciudadanos en la toma de decisiones públicas.
El tema que voy a desarrollar, lo considero de suma importancia, debido a la controversia y reflexión que se deben de realizar para presentar una alternativa que revitalice las democracias modernas y que genere además una visión distinta del ciudadano que reivindique su papel en el quehacer público. Tan solo para nuestro país nos llevaría cuestionarnos si vivimos en una cultura democrática o que tanto sabemos de la democracia. Este tema esta relacionado con mi carrera las ciencias políticas, pero también pueden agregarse otras disciplinas como la sociología, el derecho y la filosofía que son más que invitadas a que se agreguen a esta discusión para que se enriquezca. Abordare de manera que interese al lector y lo motive a la reflexión. Esta investigación, es un poco difícil de realizar, debido al corto tiempo en el que se tuvo que elaborar, pero no por eso descuidando los lineamientos marcados por la maestra, sin embargo no así en el aspecto de forma y el desarrollo de algunos puntos que hubiera querido describir más. A pesar de esto, el trabajo cumple con los requerimientos de una investigación de las ciencias sociales.
En esta ocasión me propongo analizar las debilidades de la democracia representativa y proponer una alternativa deliberativa para los sistemas democráticos. Por lo que describiré los límites de la democracia representativa e Identificaremos los elementos que revitalizan la democracia por lo que cabe proponer instrumentos Democratizadores
Para desarrollar la presente investigación, me adentre a dos teorías democráticas totalmente contrarias y la cuáles presentare a lo largo de esta investigación, las cuales son: la teoría de la democracia elitista y la teoría deliberativa de la democracia. La primera defiende los mecanismos representativos implantados en las democracias modernas y una exclusión de los ciudadanos en los asuntos públicos y reduciendo su participación a asuntos meramente electorales; sus exponentes teóricos más representativos son: Sartori y Dahl. La segunda teoría expone una inclusión ciudadana más activa que implica una intensa deliberación para la toma de decisiones públicas y exige una descentralización del poder para incluir una representatividad más personalizada por parte de la ciudadanía, aquí tenemos exponentes como: Nino, Cohen y Elster. Estas visiones se contrastaran a lo largo de esta ponencia y veremos las debilidades y fortalezas de cada una, así como también los que falta por hacer para generar un cambio en nuestra realidad inmediata y reformar un ideal que desata las más profundas pasiones como lo es la democracia. Si hoy el hombre no ve más allá de otra alternativa que no sea la de la democracia misma, es tal vez porque ve en ella la posibilidad de ser más libre, más fácil y más dueño de su propio destino. Y si defender esa causa es el resultado de nuestra ciencia no veo el “por qué” de no dirigir nuestros esfuerzos hacia ese objetivo.
La presentación de este trabajo se divide en tres capítulos. El primero tratara sobre una disertación sobre las distintas concepciones democráticas, donde encontraremos posiciones distintas y daré un breve esbozo sobre la alternativa que propongo en la democracia deliberativa.
En nuestro segundo capítulo revisaremos los límites de la democracia representativa y conoceremos los efectos negativos que surgen a través de esta.
Y por último, llevare una detallada presentación de la democracia deliberativa para conocer de qué manera esta puede revitalizar los regímenes democráticos.    






1 ¿Qué democracia?

1.1  Concepciones democráticas

Un primer obstáculo para empezar este difícil camino que conlleva hablar de democracia, es entender lo que significa esta o lo que queremos entender de esta. No es fácil, pues según nuestra definición que le conferimos, será el juicio para afirmar lo que es, lo que puede llegar a ser o lo que debería ser la democracia (Sartori, 2007). En ese sentido tenemos tantas posturas como teorías y teóricos contrapuestos. Estos normalmente se diferencian por una argumentación que defiende una postura referente al papel que le confieren a los ciudadanos y a las elites, en las que varia el protagonismo de ambos. Unas veces se pretende reivindicar el papel primordial que tienen los ciudadanos para realmente conferir el nombre de “gobierno del pueblo” que tiene la democracia, y en otras ocasiones, se aboga por un protagonismo de las elites que tienen una capacidad más calificada para dirigir el sistema y reducir el riesgo de que un pueblo ignorante lo conduzca.
Posturas como las anteriores son las que encontraremos en un basto repertorio de teorías democráticas, entre las que se encuentran: la teoría elitista de la democracia, la democracia participativa, la democracia directa y la democracia deliberativa. Son tantos caminos a seguir que a veces es inevitable preguntar ¿qué democracia? Y eso, en tantas ocasiones es lo que fundamenta que los cientistas de la Ciencia Política nunca se cansen de hablar de democracia y de preguntar ¿qué democracia?, o que incluyan una nueva teoría para tratar de responder a esta pregunta, que pareciera no tener una respuesta única y viable.
Por lo anterior, cabría entonces hacer una breve revisión de estas teorías, que generan posturas democráticas e identidades de los cientistas que las defienden y de los que estarán por sumarse para ocupar un lugar en esta interminable discusión, que pocas veces ofrece consenso entre nuestra comunidad y una alternativa tangible para la sociedad.
    
1.2 ¿La democracia es incluyente o excluyente?

Como ya he mencionado antes las diferentes teorías democráticas se distinguen por el papel que se les confiere en el quehacer público a las elites y a los ciudadanos. Así que comenzamos por una teoría que causo la reacción de varios cientistas debido a que asegura que la participación ciudadana en la toma de decisiones públicas no era conveniente, que sólo se necesita una minoría de ciudadanos activos en el sistema y que la apatía y desinterés de la mayoría son necesarios para la estabilidad del sistema (Zamarrón, 2006). Esta es la teoría elitista de la democracia, que entre otras cosas nos resume Zamarrón (2006) que esta teoría también afirma que:

 los grupos de menor nivel socioeconómico son, también, los menos activos políticamente y, debido a que la personalidad predominante en este grupo es de tipo autoritario, un aumento de su participación en política puede conducir a un descenso del consenso en torno a las normas y, por lo tanto, resultar peligroso para la estabilidad del sistema; que la falta de participación del ciudadano promedio no se debe necesariamente a la falta de educación, a la pobreza o a que no cuenta con la suficiente información, sino que no tiene la experiencia necesaria o la capacidad argumentativa suficiente para participar en política, lo cual debe aceptarse natural, por lo que la ciudadanía debe sólo reaccionar a las iniciativas y políticas de las elites en competencia, o bien, que una participación extensa produce una sobrecarga de demandas a las que el sistema no puede responder dando origen a una crisis de gobernabilidad. (Pág. 38)

Este tipo de afirmaciones las encontraremos continuamente en esta teoría y principalmente en teóricos como Robert Dahl y Giovanni Sartori. Y aunque en ocasiones podamos encontrar evidentes contradicciones son teóricos con una evidente fuerza en la discusión que nos atañe en este momento. Pero siguiendo con nuestra revisión encontraremos como este tipo de afirmaciones se repiten con diferentes teóricos encontrando un punto de quiebre con la siguiente afirmación que encuentra Zamarrón (2006) en la siguiente afirmación de Berelson:

Si toda la población estuviera fuertemente involucrada en política, la democracia tendría pocas posibilidades de sobrevivir desde esta perspectiva, pues para Berelson el interés extremo puede derivar en un partiradismo y fanatismo que destruya al sistema democrático si se generaliza en toda la población, por esto, este autor considera que la solución a muchos problemas políticos reside precisamente en la desafección de la política, ya que un interés reducido deja espacio para operar cambios políticos necesarios para una sociedad compleja. (Pág. 42)

De aquí que muchos teóricos se encontraran en posiciones contrapuestas continuamente, pues para los reaccionarios de esta teoría no conciben la justificación de la creciente apatía política para la preservación del sistema democrático, ni mucho menos una visión pasiva del ciudadano dentro del sistema político para que las elites sean quienes tomen las decisiones.
De aquí que se empezaran a desarrollar teorías de la participación democrática, las cuales articulan un enfoque de la participación que no sólo se reduce a que por medio de esta se lucha contra la desigualdad social, sino que se le añade una función educativa y de esa manera se asegura que la participación sea una acción política responsable tanto individual como social. De esta manera es que los individuos aprenden a tomar en consideración intereses mucho más amplios que los personales, para poder obtener de esa manera la cooperación de los demás y de esta manera vincular tanto intereses privados como colectivos (Zamarrón, 2006).
De este tipo de concepciones se encuentra Carole Pateman y Benjamin Barber. La primera asegura una relación directa entre una comunidad democrática y una sociedad participativa. Una sociedad participativa debe entenderse como aquella donde el sistema político ha sido democratizado y la socialización se da por el proceso inmediato de la participación. El objetivo es lograr que los individuos tengan mayor autonomía sobre sus vidas y su entorno mediante una participación activa en todas estructuras de poder (Zamarrón, 2006). El segundo afirma que las democracias participativas son comunidades autogobernadas por ciudadanos con intereses homogéneos capaces de perseguir intereses comunes, capaces de actuar mediante actitudes cívicas e instituciones netamente participativas (Zamarrón, 2006).
Por otro lado, surgió una teoría que apoyaría este tipo de concepciones, pero que se distinguiría de estas debido a que esta se caracteriza por su premisa más importante: el diálogo. La teoría de la democracia deliberativa se apoya en un tipo de participación ciudadana que involucra sustancialmente el diálogo entre ellos para lograr un punto de acuerdo común en la toma de decisiones políticas. Aquí debemos entender según Elster (2001) et al. que “la deliberación es una forma de debate cuyo objeto es cambiar las preferencias que permiten a la gente decidir cómo actuar. La deliberación es política cuando lleva a una decisión que compromete a una comunidad” (Pág. 183).
Por otro lado cabe mencionar también que la deliberación se sustenta en un razonamiento público entre ciudadanos iguales, que toman decisiones legítimas en el diálogo para accionarlas políticamente. Según lo anterior para Elster et al. “la deliberación alude a una clase especial de discusión – que implica la seria y atenta ponderación de razones a favor y en contra de alguna propuesta –, o bien a un proceso interior en virtud del cual un individuo sopesa razones a favor y en contra de determinados cursos de acción” (Pág. 88).
Por eso, autores como Nino (1997) apuestan por este tipo de democracia debido a que ven en ella una autorrealización del individuo mucho más liberal que la de las democracias actuales por lo siguiente:

Esta teoría presupone la premisa, aceptada por Mill, de que nadie es mejor juez de sus propios intereses que uno mismo. Esta premisa presupone otras proposiciones metaéticas y empíricas. Por ejemplo, Las proposiciones metaéticas respecto del principio de autonomía personal que sostienen que los intereses de los individuos deberían estar determinados por sus elecciones. Esto también implica ciertas proposiciones empíricas respecto de la posibilidad de extender el acceso de las propias personas a sus deseos y preferencias. (Pág. 166)

Vemos entonces, que las concepciones deliberativas tratan de llevar mucho más allá la participación democrática mediante el diálogo. Sin embrago, todo este bagaje teórico brevemente expuesto, nos deja la disyuntiva de si la democracia es incluyente o excluyente.

1.3 ¿Hacía dónde ir?  

Las teorías antes revisadas reflejan posturas muy marcadas respecto a la inclusión o exclusión de la participación ciudadana. Esto pareciera reflejar fielmente la premisa con la que empecé esta discusión, en la que dependiendo del juicio que tengamos sobre lo que es la democracia; serán los alcances y límites que le fijemos a ésta. Y los mismos teóricos antes revisados fijan sus críticas a las distintas concepciones democráticas de acuerdo a su juicio y prescripción. Por ejemplo Sartori (2007) ve los límites de la democracia participativa en cuanto a la cantidad de individuos que puedan participar en ella:

Si participación es tomar parte en persona, entonces la autenticidad y la eficacia de mi acción de participar está en relación inversa con el número de participantes. Así, en grupo de cinco mi acción de tomar parte vale (pesa, cuenta) un quinto, en un grupo de cincuenta un cincuentavo, y en grupo de cien mil casi nada. En suma, participar puede considerarse una fracción cuyo denominador mide la parte (e peso) de cada participante; y a medida que crece el denominador, va disminuyendo el peso de la participación individual. Eso implica que la participación es una panacea de piernas cortas, y por lo tanto no puede ser esa panacea general que enarbolan los participacionistas. He aquí por qué el participacionista no se pronuncia: no quiere admitir, ni siquiera a sí mismo, que sus piernas son medibles y que resultan ser piernecitas enanas. (Pág. 95)

La misma postura la refleja Dahl (1992) en su libro La democracia y sus críticos, ya que el afirma que las democracias modernas (a gran escala) son inconcebibles y no son reales debido a la imposibilidad de participar como sugieren las antiguas concepciones democráticas, por lo que lo lleva a configurar un concepto que se acerque a describir los ordenes políticos que se hacen llamar democráticos. Y bajo esa perspectiva, acuña el término poliarquía con el que describe sistemas políticos de baja intensidad participativa y con mecanismos electorales para la competencia entre elites para los distintos ordenes de gobierno. Para Dahl, la participación es sólo importante en el ámbito electoral ya que este confiere legitimidad del gobierno en cuestión, mientras que la capacidad para participar en todos los aspectos públicos se restringe por el número elevado de individuos que puedan participar. Esta premisa la discute en debate ya clásico, y la retoma en una conversación que se lleva a cabo entre Jean Jaques y James, donde el primero defiende una visión más incluyente y participativa de la democracia y el segundo una visión más restrictiva de ésta:

     Jean – Jaques: Vamos, vamos, James… ¡yo también puedo hacer cálculos aritméticos! Pero… ¿no son engañosos? Pues no todos los que asisten quieren participar hablando o tienen que hacerlo. Entre veinte mil sujetos no hay veinte mil puntos de vista diferentes sobre un tema, en particular si los ciudadanos se reúnen en la asamblea después de haber discutido el asunto durante varios días, semanas o meses. Cuando se congreguen, probablemente sólo queden dos o tres opciones para un debate serio, así que unos diez oradores, digamos, que dispongan de media hora cada uno para exponer sus argumentos podrían bastar. O digamos cinco oradores a razón de media hora cada uno, con lo cual quedaría mucho tiempo para las preguntas o aclaraciones, supongamos que estas intervenciones llevan cinco minutos cada una: ello permitiría la participación de treinta personas más.
    James: ¡Bravo! Fíjese lo que acaba de demostrar: treinta y cinco ciudadanos pueden participar activamente en una asamblea dirigiendo la palabra al resto… ¿y qué puede hacer el resto? Se lo contestaré: puede escuchar, pensar y vota. Así pues, en una asamblea de veinte mil sujetos, menos de dos décimos del uno por ciento participan activamente, y más del 99,8% participan sólo escuchando, pensando y votando. ¡Que gran privilegio, su democracia participativa! (Pág. 274)

Por otro lado, también se argumenta que la participación de masas es poco conveniente debido a que son proclives para actuar irracionalmente en conjunto, por lo que fácilmente pueden poner en riesgo la estabilidad del sistema político. Argumentos como estos los encontramos con Schumpeter, quién sostiene que las personas actúan con poco sentido de responsabilidad y con un nivel de energía intelectual bajo cuando se agrupan en masas, y aún esta irracionalidad puede extenderse cuando las masas son susceptibles a los medios de comunicación (Zamarrón, 2006).
Mientras que las críticas a las teorías inclusivas de la democracia giran entorno a los límites participativos de cantidad en democracias a gran escala (Estados - Nación) y la irracionalidad de sus ciudadanos para actuar en los asuntos públicos, las críticas para las teorías excluyentes giran en un primer aspecto a que esas teorías fundamentan una sobreposición del liberalismo sobre la democracia, permitiendo así a las élites funcionar sin el estorbo igualitario de la democracia. Peter Bachrach (1967), uno de los críticos de la teoría elitista de la democracia, no explica:

En pocas palabras: la cuestión se centra en proteger al liberalismo de los excesos de la democracia, antes que utilizar los medios liberales para avanzar hacia la materialización de los ideales democráticos. En la nueva teoría el valor fundamental es el equilibrio político. Así la pasividad política de la gran mayoría del pueblo no se toma como un elemento del deficiente funcionamiento de la democracia, sino, por el contrario, como una condición necesaria para permitirle a la élite funcionar en forma creativa. Los aspectos empíricos y normativos de la teoría se complementan: empíricamente, comprobamos que las masas son, en términos comparativos, poco confiables, pero pasivas como regla general, y que las élites son comparativamente confiables y cumplen un papel preeminentemente en la adopción de las decisiones importantes para la sociedad. El sistema vigente tiende a transformarse en el sistema deseado. (Pág. 62)

Es por ello que Macpherson decía que este modelo sólo ofrecía una explicación y justificación para el actual orden de los sistemas políticos existentes en las democracias occidentales; por lo que concebía al modelo realista en un sentido totalmente negativo, que refleja una sociedad incapaz de ir más allá del mercado oligopólico, de la desigualdad económica y del papel de consumidores (Zamarrón, 2006). De esta manera, resulto poco lógico la afirmación de Sartori que retoma Bachrach (1967) donde “…para él la función principal de la élite es frenar a las masas, impedirles caer en la tentación de lo que él llama perfeccionismo, y las trampas de la demagogia” (Pág. 73). Bajo esta lógica, resulta competente decir quién frena a las elites en su compulsión por incrementar su poder y satisfacer sus intereses por sobre el bien común. ¿Acaso Sartori cree que las élites tienen una gran capacidad cívica o moral para siempre conducirse sobre valores democráticos que les permitan decidir a favor del interés común? ¿Qué nos dice que realmente una élite es lo suficiente capaz de gobernar? ¿Realmente es justificable como lo hace Sartori que las élites deben frenar una ola de demandas irracionales? ¿Acaso es que ellas saben lo que es necesario o primordial? Lo dudo mucho, pues parece que se ignora que las élites velan también por sus intereses. Y si una élite es capaz de gobernar porque esta compite en elecciones y las gana, esto no demuestra su capacidad, sino que se ignora la gran influencia mediática para dirigir las decisiones. Campos que el mismo Sartori ha estudiado, y de los que sabe su peligrosidad; por eso sorprende que ignore que la demagogia ahora se permite en la competencia democrática. Por otro lado, también se olvida que de no presionar al sistema a responder a la voluntad ciudadana, ¿qué obliga a las élites a responder?, nada precisamente, sólo incrementa el déficit de representatividad y se justifica el despotismo aristocrático con un rostro democrático.
De esta forma, es plausible coincidir con Bobbio (2012) cuando afirma que “si la democracia no ha logrado derrotar totalmente al poder oligárquico, mucho menos ha conseguido ocupar todos los espacios en los que ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para un completo grupo social” (Pág. 34). Bajo esa perspectiva, podría decirse que las democracias modernas tienden a centralizar el poder debido a que al implementar un sistema cerrado de participación, como lo es modelo de la democracia representativa. Este modelo tiene una visión reduccionista del ciudadano en su que quehacer democrático, esto es, que lo reduce a una participación electoral, sin capacidad de sumarse a las amplias tareas públicas. La centralización del poder en los representantes no se traduce realmente en una democracia expresa y representativa, menos aun si no existen mecanismos de inclusión en la toma decisiones públicas e instrumentos de control sobre el representante.
De acuerdo a lo planteando anteriormente, la dirección hasta ahora trazada (y puesta en práctica en nuestra actualidad) por los teóricos de la doctrina de la teoría elitista no me es de ninguna forma viable.
Nun (2002) exhorta a que “es imprescindible recuperar esa perdida visión de la democracia como gobierno del pueblo, tanto parar protegerla de las asechanzas del populismo como para fomentar un activo debate público acerca del alcance y de los límites del gobierno de los políticos” (Pág. 213). Y si bien es necesario buscar nuevas alternativas que reivindiquen el papel del ciudadano dentro de la democracia, también es necesario que se redireccione el curso de las decisiones públicas dentro de los sistemas democráticos.
Mi alternativa, es la democracia deliberativa, pero aun no tocare el tema hasta nuestro último capítulo. Antes, hay que puntualizar ciertas debilidades del actual modelo representativo de democracia.

2 Un sistema cerrado: Democracia representativa

2.1 Los límites de la Democracia Representativa  

Antes de puntualizar los aspectos que analizaremos en este capítulo, tenemos primero que definir qué es lo que entendemos por democracia representativa; para de esta manera identificar los supuestos conceptuales que se encierran en esta y cuáles son sus operaciones prácticas dentro de los sistemas políticos.
Ahora bien, qué debemos entender por democracia representativa, ¿qué es la representación y qué implicaciones tiene en la democracia? Bobbio (2012) señala:

En términos generales la expresión democracia representativa quiere decir que las deliberaciones colectivas, es decir, las deliberaciones que involucran toda la colectividad, no son tomadas directamente por quienes forman parte de ella, sino por personas elegidas para este fin; eso es todo. (Pág. 52)

Si bajo esta idea opera la “representación”, qué efectos supone la reducción de decisiones en la vida pública a un conjunto de individuos investidos por la elección popular, que es en sí, el único ejercicio “democrático” que ejercen los ciudadanos y al único que se someten las élites en este tipo régimen.
Los efectos a mi parecer, se traducen directamente en una precaria representación política de los distintos grupos sociales dentro de las instituciones políticas, debido a la restricción participativa y deliberativa a las que ha sido sujeta la ciudadanía; pues los espacios formalmente reconocidos son mediante la representación intermedia. Esto consecuentemente, deriva en una centralización del poder, de las decisiones y del debate público; lo cual inhibe la participación política ciudadana y tiende a incrementar la apatía política dentro de ella. Entonces, siguiendo esa línea, tenemos tres aspectos importantes a analizar: representación, apatía política y debate público, los cuales estudiaremos a continuación.   
2.2 El déficit representativo

Ciertamente, Bobbio (2012) acierta cuando afirma que “La democracia representativa…es en sí misma la renuncia al principio de libertad como autonomía” (Pág. 33). Esa renuncia esta dada (como ya he mencionado antes) mediante la aceptación de espacios formales únicos, que consisten en la intermediación representativa. Nino (1997) considera sobre lo dicho antes lo siguiente:

La intermediación de los representantes en la discusión y decisión podría beneficiar el proceso desde el punto de vista de un mayor conocimiento técnico, pero esto debilita la conciencia y la consideración de los intereses de la gente involucrada en diferentes conflictos. Mientras tal conciencia es crucial para el logro de la imparcialidad, los representantes que generalmente pertenecen a sectores más o menos definidos de la sociedad, pueden muy bien carecer de experiencia referida a modos de vida que determinan otras preferencias. Además, la intermediación de un representante, como la de un funcionario público, siempre conlleva la posibilidad de que éste anteponga sus propios intereses al manejar un negocio que se le ha confiado. (Pág. 184)

Nino considera que la representación tiene los beneficios de la especialización de individuos que son aptos para los problemas públicos, sin embargo, la reducida visión del representante lo lleva a tomar decisiones parciales, que en todo caso, son la consideración de qué intereses se han incluido y cuáles se han excluido; o bien, son simplemente decisiones egoístas del representante en cuestión. Por eso, él mismo encuentra que “la mediación a través de representantes es una de las distorsiones principales de la democracia que alejan del valor epistémico máximo dado en la discusión moral ideal” (Pág. 205). Y ese mismo reducido grupo de individuos que toman decisiones para una colectividad provoca la fractura en el proceso deliberación, lo que nos lleva a cuestionar la confiabilidad del proceso de toma de decisiones (Nino, 1997). Bajo esa perspectiva, mucho se cuestiona sobre la capacidad que realmente tiene este tipo de democracia, ya que sus instituciones cuentan con muy poca amplitud para ocuparse de intereses tan diversos. Sobre esta cuestión Elster at el. (2001) escribe:

…el sistema parece estructuralmente incapaz de tomar en cuenta los puntos de vista de todos los afectados para la toma de decisiones. Así, la virtud epistémica del sistema institucional es fuertemente menoscabada: hay infinidad de grupos de los que ocuparse, que no tienen posiciones uniformes, y es casi imposible dotarlos de voz institucional. Por otro lado esta ausencia de puntos de vista pertinentes afecta (lo que he denominado) la virtud motivacional del sistema. En efecto, no existen buenas razones para creer que los que tienen el poder tendrán incentivos para proteger los intereses de los individuos comunes como si fueran propios. (Págs. 335 – 336)

De esa misma manera, se cuestiona si realmente es lógico que las sociedades se apoyen en mecanismos como las elecciones directas e indirectas o incrementar el tamaño de los distritos con el fin de lograr una representación plena. Lo que realmente puede resultar difícil, sino imposible, concebir mecanismos que aseguran la representación de toda una comunidad (Elster et al., 2001).

2.3 Apatía política y debate público

Los problemas que veremos a continuación, son el reflejo de la crisis que sufren los regímenes democráticos en su interior, debido a la centralización del poder en unos cuantos individuos. La concentración de las deliberaciones relevantes para una comunidad en unos cuantos, inhibe la participación y juicio de los ciudadanos sobre los asuntos públicos que puedan ser de su interés, aunado a que esta situación contribuye a la ignorancia del ciudadano sobre la cosa pública. Y en sentido, la ausencia de una opinión ciudadana sólo nos habla sobre la evidente apatía que se tiene sobre la política, y su nulo interés para agregarse al debate público. Incluso el mismo Sartori (2007) reconoce la verdadera importancia que tiene la opinión del ciudadano, y nos dice:

Un pueblo soberano que no tiene de suyo nada que decir, sin opiniones propias, es un soberano vacío, un rey de cartón. Y por lo tanto todo el edificio de la democracia se apoya, en último término, en la opinión pública; y en una opinión que sea verdaderamente del público, que de alguna forma nazca del seno de los públicos que la expresan. (Pág. 72)  

La opinión ciudadana es primordial dentro de los regímenes democráticos, sin embargo, tenemos dos aspectos que analizar para entender lo endeble que se ha vuelto la opinión pública dentro de las democracias modernas. En primer lugar, los medios de comunicación masivos juegan hoy en día un papel primordial, debido a que estos proveen de información a los individuos para después evaluarla y articular una opinión. Y en segundo lugar, cuáles son los mecanismos que captan estas opiniones y las accionan en una supuesta participación ciudadana.
Vallamos pues a nuestro primer análisis, los medios de comunicación. Estos son de destacarse por su gran capacidad de influir en la formación de la opinión pública (Cansino, 1994). La relevancia de los medios en la modernidad se debe a la gran avalancha de información que pueden proveer a los individuos, ya que es mediante la información que individuo y contexto (espacio – tiempo) se enlazan continuamente, lo que les permite emitir un juicio en medida de lo que ahora saben.
Es por ello, que ahora muchos investigadores ponen especial atención a si los medios de comunicación contribuyen a la estabilidad y crecimiento de los regímenes democráticos o si es en su detrimento. Por lo anterior, Cansino (1994) afirma que:

Existe pues una estrecha relación entre la democracia y el papel de los medios, entendiendo a éste como la capacidad de informar objetivamente a la sociedad y, en ese sentido, de contribuir a la conformación de una opinión pública interesada y en alguna medida involucrada en el acontecer nacional. (Págs. 2 – 3)

Pero, también existe la posibilidad que sea en sentido contrario como lo he mencionado. Y bajo esa misma dirección es la problemática que Sartori (2007) plantea al explicar que es sumamente difícil encontrar opiniones meramente autónomas, las cuales son vitales dentro de una democracia y mientras más genuinas son, estas realmente expresan los intereses de una sociedad. Veamos lo que nos dice:

El nexo entre opinión pública y democracia es primordial: la primera es el fundamento sustancial y operativo de la segunda. De ahí la importancia de cómo se forma esta opinión y de la forma que se le da. La opinión pública no es innata: es un conjunto de estados mentales difundidos (opinión) que interactúan con flujos de información. Y el problema lo plantean con flujos de información. El público más que nada, los recibe. ¿Cómo asegurarse entonces de que las opiniones en el público (recibidas) sean también opiniones del público? En suma, ¿cómo hacer prevalecer una opinión pública autónoma? ¿Y en qué momento, por el contrario, la opinión pública se vuelve heterónoma?
Durante los tiempos en que el grueso del flujo de la información venía de los periódicos se consideraba que los procesos de formación de la opinión permitían su formación espontánea. La autonomía de la opinión pública ha sido ampliamente aplastada, por otra parte, por la propaganda totalitaria y entra en crisis de vulnerabilidad, con la aparición de la radio, y más con la televisión.
Está claro que la distinción entre autonomía y heteronomía de la opinión pública se remite a tipos ideales que no existen, en estado puro, en el mundo real. La distinción fija los polos extremos de un continuo a lo largo del cual encontraremos, en concreto, distribuciones de predominios, es decir, estados de opinión preponderantemente autónomos o preponderantemente dirigidos desde fuera. (p. 76 – 77)

Por este motivo, resulta difícil concebir opiniones que no estén influenciadas por un actor o actores con intereses sumamente definidos y que persiguiéndolos los pongan a colación mediante la opinión pública. Por otro lado, hay un problema adyacente, el cual se encuentra en la competencia que genera el mercado dentro de los medios de comunicación. Los cuales ya no se centran en ofrecer información objetiva y confiable, sino información que pueda agradar al “consumidor”, por lo que destinaran menos espacio a asuntos políticos (Cansino, 1994), o transformando estos en espectáculos superficiales preparados para entretener (Nino, 1997). Esta situación, lo que único que genera es un razonamiento público débil, donde los individuos no pueden más que escandalizarse burdamente y formular un juicio de reprobación, y posiblemente también una reflexión lánguida acerca de cómo solucionar los problemas que aquejan esta sociedad.
Ahora bien, la política también ha sufrido una distorsión con la adopción de la lógica de mercado, sobre esto Cansino (1994) nos comenta:

    … la política también funciona con la lógica del mercado, de tal suerte que los partidos intercambian política a cambio de votos. Así no se espera que los ciudadanos se involucren en política, sino que solamente emitan su voto. Por su parte, los ciudadanos invertirán más que el tiempo mínimo necesario para emitir su preferencia, pues no están dispuestos a sacrificar mucho tiempo para formarse una opinión razonada y precisa de los contendientes. De aquí que la política moderna concentre buena parte de su atención en los mecanismos de propaganda política y de persuasión más que de información. (Pág. 3)

De aquí, que resulte realmente inconcebible de esta manera que el ciudadano tome decisiones en función de spots y no de una profunda reflexión de los asuntos públicos para contrastarlas con propuestas lógicas y coherentes que resuelvan los problemas de la sociedad. No es de sorprender entonces, la afirmación que hiciera anteriormente, donde mencione que bajo este status quo donde operan las supuestas democracias modernas se permita la demagogia bajo las reglas y la competencia democrática.
Ahora bien, pasando a nuestro último aspecto que se refiere a ciertos espacios de participación que pretenden una cierta inclusión de la ciudadanía en la toma de decisiones públicas, encontraremos que estos mecanismos son ciertamente débiles y altamente manipulables. Débiles, debido a su alta restricción deliberativa; y manipulables debido a lo ya expuesto con anterioridad, pues el debate público que se lleva dentro de los medios de comunicación, lanza flujos de información que se inclinan hacia una postura o intereses dentro de este debate que influencia la toma decisiones. Me refiero exactamente a métodos como el “referéndum”, el “plebiscito” o la “iniciativa ciudadana” que, aunque pretende fijar una opinión de la ciudadanía dentro de los asuntos públicos, esta resulta ser una discusión poco más que pobre dentro de la esfera pública, porque, dentro de ella ya se encuentran inmiscuidos intereses que no reflejan una opinión pública autónoma. Y, a pesar, de que fuera una expresión directa de las opiniones de los ciudadanos, ellas no reflejan una discusión genuina, pues el debate se definió por un “si” o por un “no” (Nino, 1997).
Las discusiones validas son en la medida en la que se permiten agregar argumentos que fijen una postura, y, esta sea debatible o comprobada por terceros mediante un exhausto ejercicio deliberativo. Nino nos comenta que:

En una discusión los propios participantes son los que formulan las preguntas, expresan sus intereses y tratan de justificarlos frente a otros. Una discusión no es una mera suma de reflexiones individuales que operan de forma aislada, sino que es un proceso colectivo en el cual la posición de cada participante se vuelve cada vez más focalizada como consecuencia de reaccionar a los argumentos de otros. La reflexión de cada uno se ve así enriquecida por las de los demás. (Pág. 210)

Estas restricciones que hemos encontrado a lo largo de estos apartados, sólo nos deja una percepción un tanto muy negativa de nuestras democracias actuales, pero más bien mi intención es la de arrojar la pregunta de si en verdad ¿la democracia es el gobierno del pueblo?
   


2.4 ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?

Parece ser, que la democracia no ha resultado ser la forma de gobierno para la que fue creada. Pareciera ser que en realidad no logro derrotar a la oligarquía como nos dijo anteriormente Bobbio y que ahora se perpetúa dentro de un holograma de la democracia. Y obviamente, era cuestión de tiempo de que se hicieran críticas como las que ya hemos visto, pues es realmente cuestionable el actual orden de los llamados regímenes democráticos. Y de que teóricos como Nun (2002) lleguen a conclusiones como las siguientes:

…nos hallamos ante una democracia representativa que se asume sin mayores reparos como el gobierno de los políticos sino que, en este caso, se trata de políticos que, en general y so pretexto de las exigencias de la globalización o del temor a la fuga de capitales, aceptan sumisamente los pesados condicionamientos que les imponen las fuerzas económicas dominantes. (Pág. 196 – 197)

Este autor, ha vislumbrado en los actuales regímenes democráticos la consolidación de la actual desigualdad política, económica y social que aqueja a la mayoría de los países. Ya que Nun (2002) nos asegura que:

Para afianzar el gobierno representativo, los políticos no movilizan seriamente a los sectores populares sino que tienden a buscar el apoyo de las mismas burguesías locales y extranjeras que antes medraron las dictaduras y que hoy lucran con las privatizaciones o los negocios financieros. La consecuencia es que hoy asistimos a una enorme concentración, no sólo del ingreso y de la riqueza, sino también del poder y de las ideas que se suponen aptas para promover el crecimiento económico y fijar los alcances de la propia democracia. (Pág. 199)

¿Cómo solucionar estos desperfectos que ha generado el actual modelo que rige a un sin número de países? Posiblemente no haya otra salida que la que el mismo autor sugiere al decir que “los defectos de la democracia sólo se corrigen con más democracia” (Pág. 200).

3 En busca de una alternativa

3.1 La democracia deliberativa

Nino (1997) nos dice que “el diálogo es el mecanismo a través del cual la democracia convierte las preferencias autointeresadas en preferencias imparciales” (Pág. 202). Esta es una de las principales premisas que se encuentran dentro de la concepción de la democracia deliberativa. La deliberación es clave para entender esta teoría, pero más aún el reto que nos ofrece al buscar o generar los espacios dónde el ciudadano pueda deliberar continuamente sobre los asuntos públicos que implican la solución de problemas o el mismo crecimiento dentro de su comunidad. Por eso, el politólogo debiera cambiar su percepción al adentrarse al estudio de la evolución democrática dentro de un país como lo sugiere Bobbio (2012):

… cuando se desea conocer si se ha dado un desarrollo de la democracia en un determinado país, se debería de investigar no si aumento el número de quienes tienen derecho a participar en las decisiones que les atañen, sino los espacios en los que pueden ejercer ese derecho. (Pág. 35)

Este enfoque trata de darnos a entender que “…la democracia es un sistema de ordenamientos sociales y políticos que vincula institucionalmente el ejercicio del poder con el razonamiento libre entre iguales” (Elster et al., 2001, p. 244). Si el ciudadano se enseña a mantener discusiones en lugar de formular propuestas y luego votarlas desarrollaría dentro de sí habilidades y virtudes a favor del desarrollo de una cultura política democrática (Elster, 2001).
Lo que trato de defender aquí es una visión mucho más amplia de la democracia, que pretende reivindicar su valor epistémico, así como el papel que primordialmente ocupa el ciudadano dentro de ella. Cortina (1998) nos habla sobre esto:

El ciudadano es, desde esta perspectiva, el que se ocupa de las cuestiones públicas y no se contenta con dedicarse a sus asuntos privados, pero además es quien sabe que la deliberación es el procedimiento más adecuado para tratarlas, más que la violencia, más que la imposición; más incluso que la votación que no es sino el recuso último, cuando ya se ha empleado convenientemente la fuerza de la palabra. (Pág. 44)

La autonomía que se le devuelve al ciudadano desde esta teoría, vislumbra al ciudadano total que debe haber dentro de la democracia, un individuo al que no le estorba la esfera pública, sino que demanda ser parte de ella para autorrealizarse como individuo, pues este no se conforma ni se limita dentro de la esfera privada. Cortina (1998) bajo esa perspectiva nos presenta una reflexión:

Ante la pregunta clásica, que continúa abierta en nuestros días, ¿qué es una vida digna de ser vivida?, la respuesta desde esta perspectiva sería la siguiente: la del ciudadano que participa activamente en la legislación y administración de una buena polis, deliberando junto con sus conciudadanos sobre qué es para ella lo justo y lo injusto, porque todos ellos son capaces de palabra y, en consecuencia, de socializad. La socialidad es capacidad de convivencia, pero también de participar en la construcción de una sociedad justa, en la que los ciudadanos puedan desarrollar sus cualidades y adquirir virtudes. Por eso quien se recluye en sus asuntos privados acaba perdiendo, no sólo su ciudadanía real, sino también su humanidad. (Pág. 46)

La idea de que los individuos recuperen su espacio dentro de la esfera pública esta muy lejos de concebirse como lo pensó Bobbio (2012) al escribir que “…el ciudadano total no es más que la otra cara, igualmente peligrosa, del Estado total” (Pág. 50). Este es el pensamiento característico de individuos que bajan los brazos y no se atreven plantear alternativas que lo lleven a desafiar lo establecido. Es el pensamiento que asume al Estado como el padre que no le puede conceder a sus hijos (los ciudadanos) la capacidad de decidir por si mismos:

Cuando un joven se rebela contra el padre porque este, tratando de defender los mejores intereses de su hijo, actúa en lugar de él, no lo hace sólo porque quizá su padre no conozca cuáles sin sus mejores intereses, sino también porque está en juego su dignidad, la necesidad de valerse de sus propios medios. De la misma manera, parecería lógico suponer que, para el pleno desarrollo de su personalidad adulta, tanto los hombres como las mujeres necesitan contar con la oportunidad y el desafío de participar en la vida pública más allá de las urnas y del pago de impuestos. (Bachrach, 1967, Págs. 70 – 71)

Veamos pues, cuáles son los beneficios que pueden alcanzarse en la deliberación, y por los cuáles el ciudadano puede desarrollarse y crecer en un entorno plenamente democrático. Entorno que sólo puede existir dentro una participación activa en la deliberación, para llegar a una verdadera representación plena en la vida pública y decisiones imparciales que realmente expresen la voluntad popular.

3.2 La importancia del diálogo en la democracia

La importancia del diálogo en la democracia, reside en el hecho de que se encuentran por lo menos tres razones que desencadenan varios beneficios para la vida democrática. El primero, tiene que ver que en la deliberación se “revela información privada”. Es decir, que cuando se delibera los individuos expresan sus preferencias, o sea, las inclinaciones que tienen referente a ciertas posturas o su indeferencia respecto a otras; revelando así los matices de sus preferencias (Elster et al., 2001).
La segunda ventaja que se obtiene en la deliberación, es que por medio de esta se reduce la “racionalidad limitada”. Es decir, cuando los individuos se encuentran inmersos en una discusión de determinada cuestión, los participantes pueden enriquecer con sus conocimientos y experiencias la discusión; provocando consecuencias fortuitas como la posibilidad de que los individuos piensen en aspectos que habían omitido, o en un segundo caso, a encontrar problemas adyacentes que no se habían considerado (Elster et al., 2001).
Y la tercera ventaja, es la posibilidad que ofrece la deliberación para fomentar una formación cívica del ciudadano para participar con propuestas mucho más incluyentes, esto es, porque la gente se enseña a actuar de forma imparcial y se enseña a escuchar primero a sus semejantes, lo que mejora la capacidad de convivir en un entorno democrático (Elster et al., 2001).
Los beneficios se traducen ciertamente a concebir las resoluciones democráticas mediante la deliberación, y ya no mediante a ese aparente cliché que se tiene de la democracia para resolver conflictos mediante el voto. El voto de hecho es un recurso último, y este tipo de decisiones implican lo siguiente, según Elster et al. (2001):

La votación por sufragio secreto es un acto privado y en cierta medida anónimo. Efectivamente, la privacidad y el anonimato constituyen el sentido mismo de este sistema. Sin embargo, los beneficios obtenidos a raíz de estas características (libertad para votar de acuerdo con la propia conciencia sin presiones sociales o, lo que sería peor presiones de otro tipo, y mayores dificultades para quienes comprarían votos) pueden tener también su costo. Una consecuencia de la privacidad y el secreto es que el votante no tiene ninguna obligación de ofrecer justificación ni razón pública. De modo que nada le impide sufragar de acuerdo con sus propios intereses, sin ninguna consideración respecto de lo que sería una buena decisión para la comunidad. (Pág. 76)

El debate no sólo debe fomentar la oportunidad de llegar al consenso antes que votar, sino que, de las resoluciones que obtengan de esta, serán acatadas de forma voluntaria porque se tendrá la impresión de haber llegado a la mejor decisión posible mediante diálogo, no mediante la imposición del voto (Elster et al., 2001).
La cultura que intenta fomentar este modelo de democracia, es la del poder del razonamiento público, estableciendo las condiciones de comunicación bajo las cuales pueda darse el ejercicio discursivo, del cual emane una opinión genuinamente ciudadana; institucionalizándose la voluntad y opinión como ejercicio del poder político (Elster et al., 2001). He aquí la gran importancia de la deliberación en un régimen democrático. La deliberación ciudadana elimina la centralización del poder y la toma decisiones en unos cuantos individuos, debido a que se atomiza el poder y se institucionaliza la participación en la deliberación, pues las resoluciones que se obtengan en ella tienen ya una validez formal. Por otro lado, se puede alcanzar a resolver uno de los problemas que se encuentran en el actual modelo de la democracia representativa, el déficit representativo.  

3.3 La representación plena ¿en verdad la alternativa de la deliberación es plausible?

Realmente, creo que este modelo puede llegar a resolver los problemas de representación política. Esta teoría tiene un sentido de igualdad mucho más amplio que el del modelo hoy establecido, pues no es concebible la visión reduccionista del ciudadano que sólo obtiene igualdad en el ejercicio del voto. Cortina (1998) no explica esta visión:

La igualdad se entiende aquí en el doble sentido de que todos los ciudadanos tienen derecho a hablar en la asamblea de gobierno (isegoría) y todos son iguales ante la ley (isonomía). La libertad, por otra parte, consiste precisamente en ejercer ese doble derecho, tomando parte activa en las asambleas y ejerciendo cargos públicos cuando así lo exige la ciudad.
Quien así actúa demuestra que es libre, porque la ciudadanía no es un medio para ser libre, sino el modo de ser libre… (Pág. 48)

La participación ya no puede entenderse sólo bajo la dimensión del voto y la contribución en los impuestos. Un ciudadano que se conforme con esto, es un nuevo tipo de esclavo en la modernidad. Es mediante la participación activa, por la que se logra que el gobierno exprese la voluntad popular (Levine y Molina, 2007).
Por lo anterior, realmente puede afirmarse que la participación puede acercarse a un sistema plenamente representativo, y no mediante la supuesta reflexión individual y monológica que supone el actual sistema (Elster et al., 2001). Y por otro lado puede resolverse incluso un problema de carácter motivacional como nos explica Elster et al. (2001):

 …la representación plena puede ayudarnos a resolver un problema motivacional, que es el siguiente: incluso si conociéramos perfectamente las preferencias de otros y otras, podríamos no tener motivación para tomarlas en cuenta. En ese sentido la representación plena puede obligarnos a respetar las demandas de otras personas. Los otros estarán allí para hacer que las respetemos. (Pág. 325)

Ciertamente, creo plausible la alternativa que ofrece la democracia deliberativa, pues este puede revitalizar los regímenes democráticos y solucionar los problemas de la representación política, la apatía política y el pobre debate público del actual modelo democrático.
Sin embargo, no niego los retos que suponen implementar el modelo de democracia que propongo. El primero que vislumbro, se refiere al reto que supone introducir la deliberación dentro una cultura política pasiva, que se ha amalgamado a un papel ciudadano que sólo tiene cabida en el escenario electoral.
Por otra parte, el reto más difícil se encuentra en buscar modelos institucionales que le den una capacidad formal a los procesos deliberativos, para darles la legitimidad política que se necesita para establecer un contrapeso a los representantes. Pero, esto es tan sólo uno de los desafíos que supone la institucionalidad, pues también se encuentra la gran tarea de crear mecanismos que puedan incluir la mayoría de deliberaciones hechas por los ciudadanos, lo que implica el complicado reto del tiempo y número. Y esto, obviamente llevado a los tres niveles de gobierno.
Y el último reto, se plantea en incrementar los niveles de educación, a fin de elevar la capacidad cognitiva y de competencia en los asuntos públicos. Y de esa manera hacer muy ricos y exitosos los debates librados en la esfera pública.
No niego la complejidad de los problemas para poder implementar esta alternativa. Pero, el hecho:

…de que un criterio político no pueda satisfacerse no se infiere forzosamente que se deba descartarlo para todos los propósitos prácticos. No veo razón por la cual un principio que sirve, a la vez, como ideal al que se han de dirigir los esfuerzos y como patrón para juzgar el progreso de un sistema político hacia el logro de ese ideal deba, para cumplir su función, materializarse en la práctica. (Bachrach, 1967, p. 137)

La labor de un politólogo va más allá de estudiar lo que supuestamente ya esta dado, o lo que aparentemente no se puede cambiar. Si este no propone alternativas que mejoren la circunstancia del entorno social, éste sólo habrá perpetuado lo que con sus propios ojos observo detrás de ese resguardo sin complicaciones que supone no cuestionar las líneas teóricas que describen y fundamentan la realidad bajo supuestos aparentemente cientificistas. En un pasado escuche que si la ciencia política no tuviera por objeto hacer al hombre más libre, más fácil, más dueño de su propio destino, no merecería ni un minuto de esfuerzo. El conocimiento que genere nuestra ciencia puede avanzar hacia esos fines, ya que aún nuestra ciencia no lo ha visto todo; pero el politólogo tiene que desafiar su pensamiento hacia una dirección creativa que le permita profundizar en aquello que quizá nunca se ha cuestionado.     

BIBLIOGRAFÍA

Bachrach, P. (1967). Crítica a la teoría elitista de la democracia. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores

Bobbio, N. (2012). El futuro de la democracia. México D. F., México: Fondo de cultura económica

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Cansino, César. Medios de Comunicación y Democracia. Reforma, Suplemento Enfoque núm. 28, México, D.F., 19 de junio de 1994.


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Elster, J. (Comp.) (2001). La democracia deliberativa. Barcelona, España: Gedisa.

Huntington, S. (1972). El orden político en las sociedades en cambio. Barcelona. España: Paidós.

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